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viernes, 3 de julio de 2015

Salir de casa - poemario Luisa Antolín

Palabras de presentación del libro al cuidado 
del poeta  ALFONSO BERROCAL


"Salir de casa, alcanzar la calle, lo abierto. Atrás eso que llamamos, a veces con sombra de extrañeza, hogar, casa. Más difícil aún presuponer del todo que la casa es siempre la metáfora de lo que somos, el lugar donde nos reconocemos. Pero entre esa apertura incierta y la incertidumbre de aquello que habitamos hay un umbral. Salir de casa, creo que tiene algo de ese momento en el umbral, de señal hecha, tal vez con tiza, allí donde los espacios se reúnen y disgregan. Ese mismo trazo vuelve semejantes la grieta, el hilo, la orilla, la frontera, el horizonte, la herida (Descubrimiento de la herida), palabras que hablan todas ellas de separación y vínculo al mismo tiempo, son algunas de las palabras que se dejan ver como un pespunte. No podrían dejar de decirse, necesarias como raíz. La raíz, dice la cita de Zambrano, la raíz de nuestra vida es siempre un momento que la nutre. Instante y encuentro dice la dedicatoria a la poeta Margarita Ballester. Todo ello nos pone en la dirección de ir hilvanando la lectura de estos poemas. Digo hilván como antes pespunte con la intención del que se atreve a suponer que la imagen de la costura, e incluso de la sutura, tiene cierto rango en el universo poético de Luisa. Tal vez podrían asociarse con el tiempo. No tanto a eso que, huecamente, suele llamarse la temporalidad, como categoría abstracta y separada, que a lo sumo nos deja con una calavera en la mano; sino más bien a una forma de saber tratar y recoger todo lo que queda encarnado y descarnado en el tiempo, un reconocimiento de sus múltiples formas, y donde la escritura es también coser a cada momento las cosas, los paisajes, la sucesión y la discontinuidad que somos. Presentes y mudanzas, circunferencias, las canciones del caracol son las partes del libro y las señales de cómo las distintas formas del tiempo hacen de nosotros el ojo de la aguja.
En el instante, en el pequeño acontecimiento reside un poder revelador que de algún modo trastoca las coordenadas de la realidad. En estos poemas se nos ofrece un orden de las cosas hecho de destellos de lo cotidiano, lugares que algo pueden decir aún, ausencias primordiales, apariciones, huecos, futuros, derivas. Por eso un poema como Tristes tigres está iluminado por una hermana que hace sopa “y no quiere ser pez/en un banco de peces”, ocurre tras una ventana que bien puede ser la misma en que “la soledad araña”, la monotonía ríe, se pica ajo y cebolla rutinariamente y el aceite se quema. Es la casa y la intemperie al mismo tiempo, como a veces un bosque de hayas cobija. Más que relojes hay una medida de hojas suspendidas en el aire “¿Cuánto tarda un árbol en perder/ todas sus hojas?”, se pregunta. Tal vez una eternidad tal vez sólo un día. El árbol es una de las figuras simbólicas de este libro, aparece con su majestad luminosa, nos enseña a invernar cuando el tiempo es estatua, estático y parece que no termina de pasar. Sus ramas, a veces, parecen raíces al aire. Otras figuras cargadas de sentido son el pájaro y la niña. El pájaro es liberado, es “paloma de presagios”, es la fragilidad de lo que podemos acoger entre las manos, o entre las cajas cosidas con hilo de seda, y es también la pequeña promesa que no termina de alcanzarnos aunque tenga abierta media ventana.  La niña no pertenece a la lejanía, es una presencia pura, está afuera y está en casa, nivela las cosas y los sucesos con el corazón, por eso es transparente, va y vuelve, “a merced del mar” y es la cifra de los mensajes a descifrar. No hago sino anticipar torpemente algunas de las poderosas imágenes con las que estos poemas apelan a un arraigo más verdadero entre las cosas, los lugares y los días. Un arraigo justo entre sus grietas, en el umbral de esta realidad y otra realidad, del sueño. La importancia de esos enlaces queda patente en un gran poema como “Las metamorfosis de Ovidio, mi gato” donde son necesarias y plenas de sentido todas y cada una de las preposiciones. Si del instante que nos conmueve puede salir una verdad, nunca será propia si no es propiamente compartida. Por eso, a la voracidad del tiempo, antes que un inventario de pérdidas se opone una pequeña resistencia esperanzada. Una esperanza hecha, como la poesía, tan sólo de asombro y latido. Se están marchitando los tulipanes del jarrón, pero aún, todavía mantienen algo de su hermosura. Quizá no se pueda saber mucho más que ese estar siendo que no sólo indica una de las citas, sino que viene a realizarse en cada poema. Y por eso nuestra poeta nos dice que nada sabe como Sócrates, o “no sé si sé vivir”, o pregunta ¿Qué? ¿Quién? ¿Dónde?, pero esa desorientación no es sino fidelidad a las pequeñas cosas iluminadas, al latido. Al fin y al cabo “las preguntas se responden con fantasmas”, dice y sabe. Cierto que a veces esa desorientación obliga a ovillarse, a andar en círculos, a recorrer todas las espirales. Sin embargo sabe con claridad absoluta que las fuentes no dejan de fluir y renovarse, que hay hilos de voz, de una voz tal vez remota y sumergida que todavía habla, susurra cosas como “ilusión de poder sobre el destino” o “nada puede hacerte prisionera”.
Estos poemas, divididos en partes, titulados algunos y otros no, creo que se articulan en un claro sentido de unidad, hecha precisamente por la reunión de fragmentos, piezas que encuentran entre sí su correspondencia y su grieta. Da la impresión de que cada palabra cada verso ha sido destilado hasta quedar en una expresión no mínima, sino simplemente, esencial. Por eso esta poesía no puede desprenderse de su propia poética, y es también su propio proceso de creación, una poética que queda explícita o sugerida, pero nunca añadida. La palabra que es precisamente destello, hilo, agua, nacimiento. Eso tan frágil y tan difícil de cuidar, tan expuesta como nosotros a los estragos del tiempo, tan luminosa como el instante. Una palabra que ustedes merecen escuchar de su propia voz. Luisa, enhorabuena por tus poemas"


Alfonso Berrocal - 5/06/2015

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